miércoles, 29 de julio de 2009

AMOR ORIENTAL




“Quizás sea una ilusión pero es la única verdad que poseemos. Por lo tanto, gocemos de ella mientras podamos. Pues después de todo, querida, quizás tengamos poco tiempo, muy poco tiempo para amar.”
El amor es algo esplendoroso, Han Su Yin

Hay historias de amor que por trágicas, por breves, quedan guardadas para siempre. Han Su Yin atesoró su pasión en las páginas de El amor es una cosa esplendorosa, como Hemingway lo hizo en su Adiós a las armas. Porque es así, los amores verdaderos quedan. Hay quienes los guardan en el recuerdo, hay otros que los mantienen ocultos entre los pliegues de algún verso o en sus sueños. Nos pertenecen aunque no hayamos sido más que espectadores o lectores, aunque no seamos más que ilusos.
Hace algún tiempo tuve oportunidad de ver la película norteamericana “Angustia de un querer” (basada en la novela de Han Su Yin), dirigida por Henry King que se estrenara en la Argentina allá por los años cincuenta. El film se centra en la historia de amor, mostrando ligeramente la situación política y social que en el libro juega un papel determinante. No está mal que así lo haga: King no se propone otra cosa que no sea “hacer” una película romántica.
Pero verla me recordó a Laurita.
Cuando cursaba el perito mercantil conocí a Laura Muraoka, ojos pequeños de muñeca de porcelana, baja estatura y facciones redondas. Desde primer año fue alumna destacada, callada y estudiosa. Cuando yo hacía alguna de mis acostumbradas bromas ella sonreía, apenas, y de nuevo se internaba en la lectura de algún libro. No nos decíamos más que “hola”, vaya uno a saber por qué había tanta distancia entre nosotras. Lo cierto es que un día dejó olvidado sobre su banco el libro de Han Su Yin, El amor es una cosa esplendorosa y ese libro nos unió.
Laurita guardaba en sus formas toda la solemnidad de sus raíces, toda su tradición se vislumbraba en cada movimiento, en cada gesto. Su verdadero nombre era Gin, aunque el DNI acusara Laura y todos sus amigos la llamáramos Laurita. De madre china y padre japonés, en su casa seguían llamándola Gin y ninguno hablaba español.
Al principio pensé que para Laura yo era un bicho raro. Tiempo después me confesó que no era así y que además se divertía muchísimo con mis ocurrencias. Habrá sido a finales de tercer año cuando nos hicimos amigas a causa de su olvido. Rescaté el libro del banco y al día siguiente se lo llevé a la escuela. Se puso tan feliz por recuperarlo que se animó a hablarme. Fue entonces cuando me contó sobre la historia y prometió prestármelo después de que lo terminara. El amor por la lectura forjó nuestra amistad. El amor por la lectura y su amor por Danyal.
El libro que olvidó Laura Muraoka trata la historia de un amor que, aun desgarrado por la tragedia, logra alcanzar la gloria. Dice Han su Yin casi al final del libro: “Y así, a causa de este amor, ligero como un pájaro en vuelo, terrible como el último día del mundo, fui arrojada a la vida desde un sueño helado e inhumano. Y ahora no se puede volver de la vida”.
Fue en cuarto año cuando comenzó a estudiar en nuestra división Danyal, nombre que en español significa Daniel, de apellido Adsuar. Alto, delgadísimo. De ojos negros y profundos, nariz prominente. Había llegado a Argentina cuando era un bebé, pero su padre, arraigado a las leyes musulmanas, lo alentaba a vivir de acuerdo a sus doctrinas.
No sé si el libro de Han Su Yin motivó a Laura a vivir su historia de amor. Quizás fue un presagio, como el de una mariposa que se hospeda en nuestro hombro y nos augura algo maravilloso.
El primer día en que el joven irrumpió en el aula, todas las chicas (sí que era lindo Danyal…) no podíamos hacer más que mirarlo. Incluso Laura, siempre tan recatada, no dejaba de sonreírle.
No pude contener mi alma de celestina y le ofrecí a mi amiga una mano. Juntas maquinamos cómo hablarle, qué debía decirle yo para que él supiera lo que ella sentía. Pero toda planificación fue innecesaria, Danyal y sus ojos se lanzaron sobre Laurita y comenzaron a amarse.
Ahora que pasaron los años me doy cuenta de que la historia de amor que vivieron mis compañeros de escuela no tiene mucho que ver con la de la novela, a no ser por las diferencias culturales, la oposición del entorno y la brevedad. Pero recuerdo que en aquellos años, después de haber leído el libro, no podía evitar imaginarme a Su Yin en los ojos de Laurita y a Mark en los de Danyal.
Han Su Yin, nació en Pekín y se educó en la universidad de China. Luego recorrió Europa. Se casó con un general chino y vivió en su país natal durante la guerra chino-japonesa. Ya viuda, volvió a Londres donde terminó sus estudios en medicina. Escribió su primera novela, Destination Chungking, en colaboración con una misionera norteamericana. En ella reproducía a la China libre y al sufrimiento del pueblo chino y también la lucha entre los nacionalistas y los comunistas.
El amor es una cosa esplendorosa se sumerge en el Asia de la postguerra sacudida por inmensos cambios revolucionarios. Una de las particularidades del libro es que muestra claramente la oposición entre los escenarios de China y de Hong-Kong. Forma un fondo conmovedor y contrapone a los distintos personajes que se mueven en la historia: chinos refugiados, jóvenes comunistas, misioneros cristianos. Los describe con profunda perspicacia y hace que acompañen de manera realista a los personajes principales: la euroasiática Han Su Yin y su amante inglés Mark.
Aunque Su Yin fuera mitad europea y mitad asiática se siente principalmente china y los acontecimientos que vive su país la llaman a la necesidad de volver. El relato de sus pensamientos y sentimientos hacia su patria hace que comprendamos mejor ese tan fuerte arraigo a la tradición que poseen los orientales.
Recuerdo que Laura asistía a un club en donde se reunían sólo familias japonesas. Un día me confesó que sus padres ya tenían a un candidato para que fuera su esposo y, por supuesto, era también japonés. Así vivía la pobre, entre la lealtad a su familia y su realidad: amaba a un musulmán. Por otro lado, Danyal ocultaba que tenía una novia mitad china, mitad japonesa. Su padre no aprobaría esa unión.
“Toda mujer enamorada debería tener un jardín secreto”, dice la doctora Han a su amado Mark. Si Laura y Danyal lo hubiesen tenido, tal vez hubiesen podido esconderse allí y sobrevivir al sueño.
Sostuvieron su amor en secreto mientras pudieron. Hasta que, nunca sabremos cómo, se enteraron las respectivas familias y adiós “cosa esplendorosa”. Laurita desapareció en quinto, muchos decían que se había casado con un empresario japonés y se había mudado a Tokio. Danyal, sin embargo, continuó hasta egresar pero nunca nadie se enteró de que tuviera otra novia.
Laurita me había regalado el libro después de leerlo. Yo se lo di a Danyal en la fiesta de egresados, sentí que, al menos, se merecía tener un recuerdo de ella. A él tampoco volví a verlo.
Supongo que al final del libro habrá encontrado las palabras justas para describir sus sentimientos: “He soñado un sueño maravilloso, un sueño de vida, amor y muerte, de risa y lágrimas, de bien y mal, y de todas esas cosas que son iguales bajo el cielo, que iguala todas las cosas. Un sueño maravilloso, mi cosa esplendorosa